Chayanne otra vez fue una máquina de hits
Días antes de su presentación, Chayanne reconoció cierta preocupación. Tres shows en su natal Puerto Rico y un resfrío que se negaba a retirarse lo tenían complicado. Y se comprende: desde que vino por primera vez al Festival de Viña, en el lejano 1988, el hombre se caracterizó por ser un perfeccionista sonoro y visual. Es de que aquellos artistas que no le gusta dejar nada al azar. Imagen y sonido deben alcanzar la cocción justa para que el cocinero agasaje con sus mejores platos a su audiencia.
Francamente, anoche en su octava vez en la Quinta Vergara dio lo mismo. Su condición de ídolo femenino anula cualquier posibilidad de que su show sea un traspié engorroso. A Elmer Figueroa, el verdadero nombre de Chayanne, sus fans le perdonan todo. Porque el puertorriqueño conoce las pócimas mágicas para seducir: aplica canciones de un romanticismo espeso que pulverizan el corazón de cualquier mujer sentimental.
La fórmula apenas ha experimentado variaciones en la última década y media, pero ofrece pocos motivos de objeción: guitarras tenues, teclados melancólicos y, en ocasiones, ritmos frenéticos. Todo está calculado. En ese envase no necesita mayores maquillajes y el público se lo agradece.
El portorriqueño siempre es una bomba de tiempo en el escenario. Un tipo que deja los pies y la voz sin trepidar en su mayor objetivo: la devoción popular. En sus conciertos, su audiencia va preparada a observar coreografías -muy inspiradas en el mainstream musical estadounidense-, cambios de ropa y una sensación de velocidad que ni siquiera disminuye en aquellos temas lacrimógenos donde le baja el pie al acelerador.
Chayanne sabe que uno de sus mejores atributos es no dejar descansar en paz a sus acólitas. Y en ese esfuerzo despliega todas sus virtudes: las hace bailar con “Fiesta en América” y “Torero” y las acurruca en su pecho en “Completamente enamorados”, “Tu pirata soy yo” y “Tiempo de vals”.
Es un estilo que conmueve a incondicionales y que agrada a los neutrales. No hay partituras sujetas a la improvisación ni arreglos que suenen espontáneos. Sin embargo, el resultado es siempre rotundo. Sus ventajas son entender las coordenadas y deseos de sus seguidoras con miradas y gestos como nexos cómplices hasta fagocitar su adhesión con una facilidad asombrosa.
Aunque su espectáculo siempre parece tornarse convencional, Chayanne finaliza triunfante y pletórico. La histeria y la incondicionalidad son el gesto evidente de un ganador. Se llevó todos los premios: dos Antorchas y dos Gaviotas. Sólo porque la jornada debía continuar es que pudo desaparecer. De lo contrario, sus fans lo habrían escuchado hasta el amanecer.FUENTE. TERRA.CL