El costo de los rostros de televisión
Tenía apenas 14 años, pero había decidido su regalo al cumplir otro nuevo año: una operación para agrandarse el busto. María José López sabía que ese era el camino más corto para materializar su mayor sueño: aparecer en televisión. Y, con la aprobación de su madre, lo hizo. Se operó, bailó en todas las discotecas posibles y con 17 años, realizó un topless en “Morandé con Compañía”. Así, logró lo que quería. La gente la reconocía y hablaba de ella.
En un medio tan competitivo como la televisión, la imagen es todo.
Por eso, la llegada del HD (High Definition) no es una bendición para los rostros. Más bien, todo lo contrario. Es una peste, un virus que los obligará a estar siempre a la defensiva. Esa definición puntillosa exhibirá todos los detalles de la expresión humana y supondrá, creen algunos, la dominación total de la juventud.
Hace unas semanas, Raquel Argandoña fue clara en su temor a esta nueva forma de hacer televisión. “Como máximo, podré estar diez años más en pantalla”, dijo.
Ese imperativo por lucir más joven y lozano fue lo que llevó, 7 días atrás, a Leo Caprile a hacerse una limpieza facial en un mall capitalino. La visita casi logró el efecto inverso. En un descuido, una máquina que lanzaba agua caliente impactó de lleno en el cuello del conductor y le provocó heridas intermedias.
Aunque la situación no pasó a mayores -el animador estará sólo 2 semanas con licencia tras un par de intervenciones quirúrgicas-, reviste cierto drama que, con la instalación del HD, será imposible soslayar.
Sin querer, los rostros deberán inclinarse a la tiranía de la imagen. Para verse perfectos, estarán obligados a llevar vidas perfectas. El manual será específico: mucha fruta, mucho agua, cero alcohol, cero drogas y nulo trasnoche. De lo contrario, el público les bajará el pulgar.
¿Qué pasaría si eso sucediera en la realidad? Seguramente, veríamos una televisión aún más enfermiza y decadente que la actual. La esperanza, por cierto, es que a las masas no les importe ni la vestimenta ni el físico de los ocasionales conductores. Y que, verdaderamente, se inclinen por algo más poderoso: el mensaje que reciban.
Es una teoría que, como el futuro, es imposible de preveer. Pero quizás la masificación y segmentación de la oferta televisiva sea, en el fondo, el as bajo la manga de los rostros.
Así como el lenguaje se ha democratizado –ahora se escuchan muchos modismos que antes parecían groserías-, la televisión debiera apostar por la espontaneidad antes que la rigidez. Si así fuera, se produciría un pequeño milagro: todos veríamos más y mejor televisión. FUENTE. LA NACION.CL