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Gays en la esfera pública

Domingo, 2 de Octubre de 2011

Año tras año, gays, lesbianas, transexuales y heterosexuales organizan una marcha por la diversidad. Reclaman el derecho a que la sexualidad de las minorías no sea tratada como una anomalía que urge corregir. Tienen motivos. Carlos Larraín, el obispo evangélico Hédito Espinoza y el cardenal Medina -hermanos en esta cruzada- han sugerido que conceder un trato igual en la esfera pública a las minorías sexuales constituye un error, una transgresión a las reglas de la naturaleza que acabará, poco a poco -predicen-, despilfarrando las virtudes públicas. Y hace unos días se repartieron panfletos, inundados de faltas de ortografía (lo que prueba que los autores tienen más prejuicios que habilidades de lectoescritura), en los que se incita al odio de los homosexuales personificados en Jordi Castell.

¿Quién tiene la razón? ¿Los que marchan a favor de las minorías sexuales y su derecho a la plena vida pública, o los que, en cambio, ven en las minorías aberraciones que, según creen, sería mejor estuvieran disimuladas e invisibles? ¿Los que ven en Jordi Castell un mal ejemplo que debiera ocultarse, o los que aprecian en él a un hombre cuyo proyecto de vida es tan digno de ser conocido como cualquier otro?

Hay quienes piensan que las minorías sexuales deben contentarse con el derecho a la privacidad. Según este punto de vista, alguien como Jordi Castell tendría derecho a la vida que prefiera, a condición de que no haga alarde de su elección en la esfera pública.

Alojadas en la intimidad, esas opciones podrían ejercerse, pero nunca exhibirse a la vista de los demás o declararse en la esfera pública. La política de Clinton -no preguntes, no respondas- que permitía a las minorías participar de la vida militar protegiendo con el silencio su forma de vida sería un ejemplo. Si el agente público tiene prohibición de preguntar acerca de la opción sexual y el ciudadano el derecho a no responder, entonces -sugiere este punto de vista- las minorías quedan bien resguardadas ¿Acaso la vida sexual, incluida la de gays y lesbianas, no forma parte de la intimidad que cada uno tiene derecho a poner lejos de la mirada de los otros?

Pero salta a la vista que una política como ésa -que condenaría a un homosexual a ocultarse y simular- no está a la altura de lo que demanda una sociedad abierta y democrática.

Lo que ocurre es que las minorías sexuales sienten que la forma en que ellas conciben y practican la vida en pareja es una forma de autorrealización y de felicidad. Ellos no la ven como una vida vergonzante y torcida que deban ocultar, sino que creen que ella vale lo mismo que cualesquier otra.

Y por eso anhelan se la reconozca.

La literatura suele describir a los seres humanos como seres especulares, sujetos que se definen a sí mismos mediante la imagen que los demás son capaces de devolverle. Ésta es una idea que se repite una y otra vez en Hegel: los seres humanos buscan incesantemente que el valor que se atribuyen a sí mismos y a las cosas sea aceptado y reconocido como tal por los otros, por una conciencia distinta de la propia. Esta característica de la condición humana es la que permite explicar que un significado puramente individual, un sentido que cada uno abriga en la soledad de su conciencia, es, hasta cierto punto, un sentido inacabado. Él sólo se completa cuando otra conciencia -cuando los demás, en una palabra- son capaces de acogerlo también.

Y eso es lo que explica que no sólo Jordi Castell, sino todos los que marchan año a año, incluidos los que por pudor o miedo no lo hacen, pero apoyan sin embargo en silencio, tengan derecho al pleno respeto en la esfera pública y a que su forma de vivir se reconozca y certifique ante los ojos de todos.

En una palabra, lo que reclaman quienes año tras año marchan por la diversidad es que el derecho a la intimidad se sustituya por el derecho a la publicidad: que no sólo se tolere a las minorías (como si fueran portadoras de un defecto inevitable), sino que se las trate como iguales (pues su forma de vida sería una forma de autorrealización equivalente a otras).

Y desde el punto de vista de una sociedad abierta, no cabe duda: tienen toda la razón. FUENTE.E EMOL.COM
http://blogs.elmercurio.com/reportajes/2011/10/02/gays-en-la-esfera-publica.asp

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